Hombres, usos de drogas, adicciones y perspectiva de género
Patricia Martínez y Fabián Luján- Para el número 38 de la revista «Infonova» de asociación Dianova España
Texto íntegro de UNAD- La Red de Atención a las Adicciones, 20 de septiembre de 2021.
El texto que se expone a continuación resume lo recogido en el libro «Hombres y adicciones. Intervención desde la perspectiva de género», que fue editado por UNAD. En el libro mencionado tenía la finalidad de servir de instrumento para poder aplicar la perspectiva de género en los ámbitos donde se tratan las adicciones con hombres. Por lo que se recomienda su lectura para su aplicación en el día a día de todas las personas que trabajamos con hombres con adicciones.
MARCO TEÓRICO
Definir una posición teórica y de análisis desde la que accionamos nuestra mirada conlleva definir nuestro “diagnóstico” de la realidad sobre la que actuamos. La propuesta que aquí articulamos integra todo un cuerpo teórico que hunde sus raíces en la Antropología, la Psicología, la Educación, los estudios sobre la Salud, etc., desde una perspectiva feminista que pone la atención en la construcción social de la diferencia y de la desequivalencia estructural entre hombres y mujeres.
Partimos de una primera idea que resulta central: es imposible hablar de “masculinidad” sin hablar del género como categoría de análisis relacional que conlleva intrínsecamente una jerarquía entre hombres y mujeres, así como de toda persona asimilada a lo femenino/las mujeres.
El sistema sexo / género (Rubin, 1975) nos revela el género como principio de organización social con un marcado carácter jerárquico entre lo masculino (asignado en nuestro simbólico a los hombres) y lo femenino (asignado en nuestro simbólico a las mujeres), y por tanto estableciendo una jerarquía entre hombres y mujeres. Además, plantea que esa construcción de lo masculino y lo femenino en desequivalencia se inscribe en la subjetividad, genera identidad, reproduciéndose en las esferas más íntimas de la vida y la subjetividad de las personas, de forma que se naturaliza y se toma como realidad dada, invisibilizando los mecanismos culturales y sociales por los cuales se crea y performa (Butler, 1990; De Lauretis, 1989) y dificultando su modificación efectiva. Por tanto, cabe afirmar que el género es un principio de organización social que genera / se inscribe en la subjetividad e identidad. Es un concepto relacional, procesual y dinámico, estando su contenido -de lo que se entiende como ‘masculino’ y ‘femenino’- en continua transformación, pero sus bases son: 1) la dicotomía ‘hombre-mujer’ fijada como algo natural y 2) que conlleva la subordinación y minusvaloración de lo asociado al género femenino-las mujeres. Así pues, el género actúa como fuerza de exclusión de las mujeres y lo asimilado a “lo femenino” frente a los hombres, tanto a nivel estructural como a nivel interpersonal. Por lo tanto, el género es una categoría de análisis social y psicológico aportada por las teorías feministas acerca del comportamiento humano, la identidad de las personas, las relaciones que establecen, el lugar que ocupan en el mundo, la organización social que se genera/se reproduce a partir de ello, etc.
Estas realidades producidas por el sistema sexo/género se sostienen y se reproducen a través del imaginario simbólico prevaleciente que es introyectado e incorporado por los sujetos sociales. El universo simbólico prevaleciente define lo que se considera normal (y lo que no lo es) social y subjetivamente, para hombres y mujeres. Son ideas, atribuciones, comportamientos, emociones, lenguajes, significados, elementos culturales, etc. que nos permiten interpretar el mundo, entenderlo e interaccionar en él, de forma que configura nuestra subjetividad y forma de entender lo que nos rodea.
Otra perspectiva presente en nuestro marco es la interseccionalidad. Es un término que sitúa la atención sobre el hecho de que hombres y mujeres no somos grupos homogéneos, ya que nos atraviesan otras categorías de estratificación social / subjetividad: clase socioeconómica, color de piel-procedencia, discapacidad/ diversidad funcional, orientación sexual, ser una persona trans, etc. La intersección de los distintos ejes de opresión y privilegio (Hill Collins, 1991) configuran la situación concreta para cada persona según sus circunstancias y contexto social e histórico, de forma que no podemos mirar o aislar uno solo de los ejes (aunque sí observar los efectos concretos de cada uno de ellos en intersección).
De cara al trabajo en drogodependencias y otras adicciones nos será muy útil tener presente este concepto, ya que muchos de los hombres con los que trabajamos están atravesados por ejes que les colocan en un lugar subordinado, o al menos no de privilegio. Además, entender las distintas posiciones que ocupamos como sujetos en la sociedad nos será útil para abrir el foco frente a las resistencias masculinas para entender el lugar subordinado de las mujeres de sus vidas en relación a ellos.
PENSAR LA MASCULINIDAD
Existen diferentes maneras de pensar la masculinidad. Es importante que podamos comprender cómo pensamos esta cuestión, pues de la respuesta que demos a la pregunta ¿qué es la masculinidad?, o ¿cómo pensamos a los hombres?, resultará el abordaje práctico que se haga, o, dicho de otro modo, dependiendo de cómo comprendamos la masculinidad, así la abordaremos en la intervención con los hombres. Se pondrá así de manifiesto lo que se jerarquiza, lo que se pone en valor, así como los aspectos que quedan ocultos o no se valoran en torno a la temática del trabajo con los hombres.
Presentamos a continuación dos modos de entender la masculinidad que a día de hoy encontramos en distintos ámbitos de intervención con hombres.
Primer diagnóstico o propuesta: el modelo de los mandatos de género y sus costos para los hombres
Actualmente es el hegemónico o el más extendido cuando se trata de trabajar con hombres. Desde esta propuesta, la masculinidad es pensada/ entendida desde los mandatos y la normativa de género asignada para los hombres, poniendo el foco de atención e intervención en los contenidos dados a la pregunta qué significa ser un hombre, en un determinado contexto político, histórico, geográfico y cultural.
Estos ideales del ser y atribuciones sociales siguen girando, en este diagnóstico, en torno a la misma serie de características que ya se describieron hace casi cuatro décadas.
• Ser poderoso y exitoso
• Ser duro y resistente
• Ser valiente y aguerrido
• No tener nada de mujer
Desde este modo de pensar y trabajar la masculinidad, el siguiente paso consiste en ver qué consecuencias ha tenido para los hombres el proceso de socialización para la virilidad, para ser un hombre. Es entonces cuando aparecen las “dificultades” y las “problemáticas” de la masculinidad: los llamados costos. Se parte de la premisa de que internalizar los mandatos de género les ha impedido desarrollar el área emocional en lo referente a la vulnerabilidad/tristeza, les dificulta el cuidado, les aboca a mayores riesgos, accidentes, suicidios y muerte prematura, etc., de forma que se entiende la masculinidad como un “factor de riesgo para la salud” de los hombres. Por tanto, los hombres serán concebidos como un grupo social vulnerable que sufre las consecuencias de la internalización de los mandatos de género.
En los últimos años, en el ámbito de la salud y las drogodependencias, el desarrollo de trabajos en torno a “la masculinidad como factor de riesgo para la salud” ha ido cobrando fuerza. Casi todas las publicaciones al respecto, señalan que el consumo de sustancias en los varones entronca directamente con las características que describíamos acerca de lo que un hombre es o debe ser, esto es, los mandatos de género.
Así, el trabajo con hombres se enfoca hacia la modificación de algunos roles y estereotipos, la ampliación de las emociones básicas, la adquisición de nuevas competencias emocionales, en abrir la posibilidad de mostrar vulnerabilidad entre hombres, en incorporar los autocuidados e incidir en el desarrollo de habilidades sociales para la resolución de conflictos sin el empleo de la agresividad/violencia. Este marco de intervención también suele hacer hincapié en la tolerancia hacia otras maneras de ser hombres, y se trabaja el bienestar y el buen trato entre hombres para asumir la diversidad y reducir la violencia entre ellos. Por último, esta propuesta se ha desarrollado ampliamente a través de la exploración/construcción de “las nuevas masculinidades” frente a una supuesta “masculinidad tradicional o hegemónica”.
Ahora nos preguntamos: dentro de este modelo, ¿dónde queda la importancia de la estructura social del género como principio de asimetría?, ¿cómo se abordan las relaciones de poder adscritas al género entre hombres y mujeres? Este modelo de entender y trabajar con hombres supone la desaparición/invisibilización de las mujeres y de la desigualdad social; oculta que la socialización masculina pasa por aprender desde muy pequeños que los hombres deben ocupar un lugar de reconocimiento, prestigio y privilegio frente a las mujeres. Por tanto, la propuesta que contiene este texto, novedosa en el ámbito de las adicciones, pretende ir más allá de reflexionar de una manera crítica en torno a los mandatos de género en relación con la salud de los hombres y sus procesos de adicción. Y esto es así, porque ese trabajo no implica incluir o incorporar la perspectiva de género.
El hecho es que para tener en cuenta la perspectiva de género debemos tener presente la crítica al sistema de relaciones y de organización social que se sustenta en la existencia misma del género, fundamentado en la dominación masculina de los hombres sobre las mujeres y, en otro orden diferente, de unos hombres sobre otros hombres.
Segundo diagnóstico o propuesta: una posición social de privilegio frente a las mujeres
Se propone a continuación el segundo modo de pensar la masculinidad. En este caso la masculinidad sería una posición o lugar social. No influyen, al inicio, los mandatos masculinos en el proceso de socialización (pues llegan posteriormente), sino que esa posición deriva de la propia estructura social (sostenida y reproducida a través del imaginario simbólico prevaleciente) que precede a los individuos antes incluso de llegar al mundo. Ese niño recién nacido no sabe nada de la sociedad, ni tiene creencias de lo que es ser un hombre o una mujer, por ejemplo. Al nacer somos tabula rasa. Las ideas, significados, lo que se puede hacer o no, las limitaciones, las posibilidades de ser, etc. vendrán ofrecidas desde el afuera.
Para explicar este proceso, Luis Bonino ha construido una metáfora que puede ser útil para pensar la masculinidad y el trabajo con hombres en relación con la salud y las diferentes violencias. Bonino explica que, al nacer, a un niño se le entrega una tarjeta VIP. Él no sabe que la tiene ni ha hecho nada para merecerla. Es una entrega, a modo de regalo, de la sociedad actual, dada la estructura de desigualdad entre hombres y mujeres que aún persiste. Esto es, el niño será insertado en una posición social privilegiada con relación a las mujeres, accederá a un lugar simbólico dentro de nuestra sociedad por el mismo hecho de ser niño, chico, hombre.
Esta posición social de inicio en la vida de los hombres producirá la subjetividad masculina; se transformará en conocimiento situado desde el cual se observará la vida y se actuará en ella. Este lugar de estatus se convertirá en cuerpo, creencias, afectos y prácticas, con uno mismo, con otros hombres y con las mujeres. Si bien cada varón lo hará de forma diferente dependiendo de los diversos avatares de sus vidas, lo hará siempre atravesado por la masculinidad como una posición social de privilegio.
Desde este modelo se propone un acercamiento a los hombres en tanto que personas construidas desde el género, y el género nos habla de poder, de una posición dominante de los hombres sobre las mujeres, por lo que estamos ante una subjetividad organizada “a modo jerárquico dominante”, como lo expresa Bonino, L. (2004). En definitiva, esto significa que cuando, como hombre, te colocan y te colocas en un lugar o posición social, aprendes a pensarte y a vivirte desde ahí, a generar vínculos con los y las demás desde esa posición.
Desde esta perspectiva, se entiende que los llamados “costes” para los hombres (la dureza emocional, las dificultades para ejercer el cuidado frente al hiperdesarrollo del empleo, los mayores riesgos, accidentes, suicidios y muerte prematura, etc.) son consecuencias directas de ocupar esa posición social de privilegio frente a la mujeres: el empleo, y no los cuidados, es lo que te da derechos en esta sociedad; no hacerse cargo de los cuidados implica no quedar en posición de dependencia económica; la racionalidad y frialdad emocional son cualidades valoradas y atribuidas socialmente a los hombres; etc.
Otra cuestión fundamental es que todo conocimiento de la realidad es situado y, sin embargo, los hombres tienen la prerrogativa de que su conocimiento se viva como neutral, objetivo; es la realidad, relación con uno mismo, y de relación con los y las demás.
Por tanto, la propuesta que se traslada aquí y que resulta central en el trabajo grupal con hombres (tanto en lo teórico como en lo que se refiere a los ejercicios prácticos), es mantener siempre presentes tres ejes fundamentales que se relacionan de forma dialéctica:
• La relación de los hombres con otros hombres, vínculos entre iguales.
• La relación de los hombres consigo mismos, el equilibrio interno en tanto que hombres.
• La relación de los hombres con las mujeres, vínculos con las no iguales.
Pasamos a explorar estos tres espacios y algunas de sus intersecciones que han aparecido en los talleres desarrollados con los hombres y que han formado parte del trabajo grupal. Son cuestiones que se han podido poner en relación con el inicio o con las recaídas en el consumo problemático de drogas u otro tipo de conductas adictivas como el juego de apuesta, por ejemplo.
La relación de los hombres con los hombres, vínculos entre iguales dentro del club de hombres
Partimos de la idea de que el Club de Hombres está compuesto por iguales genéricamente hablando. Uno de los lugares de aprendizaje desde la infancia será el encuentro con los demás niños, jóvenes y hombres, de forma que el Club de Hombres se configura como un círculo de homosociabilidad, como un espacio masculino esencial para la adquisición de la “subjetividad organizada a modo jerárquico”. Los niños ya en la infancia reciben el mensaje de que deben aprender a estar con los hombres, sus iguales, lo que implica necesariamente disociarse del mundo femenino. Esta disociación no es sólo una separación, sino que su contenido esencial conlleva un juicio de valor: el rechazo y el desprecio de lo femenino. La noción de pacto intragénero (Simón-Rodríguez, 1999) explica que los hombres se construyen reconociéndose como iguales frente a lo que no son, es decir, las mujeres, educándose además en dinámicas de competencia entre ellos por la mirada de reconocimiento masculina, la suya, la de sus iguales.
El Club también tiene sus códigos, sus normas y sus valores, y lo que se juegan los hombres allí es la ocupación de posiciones de prestigio o de posiciones devaluadas según se hayan incorporado las “reglas del juego”. De esta manera, la violencia entre hombres puede ser entendida, justificada y legitimada por ellos en función de estos códigos, valores, reglas y normas. Desde la infancia y dentro del Club así como desde su imaginario, los niños van adquiriendo aprendizajes para inferiorizar, desigualar, discriminar, despreciar y segregar aquello que es “diferente”. Será en el proceso de socialización donde se adquieran las herramientas para ello; herramientas cognitivas, afectivas y prácticas adquiridas observando y copiando lo que su entorno, inserto en el sistema sexo/género, le ofrece.
Los avatares de la vida de los hombres, y entre los hombres, implican la reproducción de la normativa de género masculina, el entrenamiento en las relaciones de fuerza para mantener el dominio y la consolidación de una subjetividad donde el estar o sentirse por arriba o por abajo es motivo de revisión cotidiana. Esto implica poner en marcha, desde muy temprano, un entrenamiento para la estrategia posicional en los hombres (Thiers-Vidal, 2010) que favorecen las destrezas de: saber imponerse, saber maniobrar desde el oportunismo, saber moverse en la rivalidad y la competencia, saber usar el cuerpo y la fuerza mental como instrumentos para la disputa, saber manejar tanteos de desestabilización, saber gestionar lo que se muestra y se oculta de uno mismo en diferentes circunstancias, saber presentarse como verosímil y creíble en diferentes situaciones, saber participar de la misoginia social.
Que puedan comprender cómo el uso, y, posteriormente el abuso, de drogas ha podido jugar un papel importante en estos modos masculinos de relación entre iguales, será un objetivo de trabajo importante en los grupos de hombres.
El grupo de iguales como referencia de comportamiento
Muchos de los hombres con los que se ha trabajado en los grupos mencionan o aluden a “los amigos” y la sensación de pertenencia que proveen, como factores precipitantes en el inicio de su consumo u otras adicciones (lo refieren tanto hombres con problemas de consumo como de ludopatía, por ejemplo). Al examinar las relaciones intragénero como venimos haciendo, se observa que el grupo de los hombres se rige por fuertes dinámicas de aceptación y rechazo en función de que se cumplan o no los ideales y mandatos de género, y de ahí se deriva que factores como la relación entre iguales o la presión grupal resulten determinantes en el consumo de sustancias de los varones.
Para evitar que los hombres que han pasado por el tratamiento vuelvan a espacios de relación con otros hombres con quienes se envuelven en sinergias negativas de salud que pueden precipitar nuevos consumos o recaídas, es necesario que en el tratamiento se indague en los aspectos relacionales de género y el simbólico que rodea las relaciones entre iguales en los espacios de homosociabilidad.
Del mismo modo que señalábamos que cuando un bebé nace ya hay en la sociedad una estructura social y simbólica que define lugares y estatus entre hombres y mujeres, también preexisten discursos y prácticas sociales sobre las drogas y las adicciones en el contexto de los hombres con los que trabajamos: ¿qué es lo que se pensaba de la droga, las adicciones, las personas consumidoras, etc. en su entorno, en su grupo de iguales? Se visibiliza así que las drogas (y otro tipo de conductas como el juego con dinero, las apuestas deportivas, etc.) funcionan como forma de relación entre chicos e integración en el grupo, y también como forma de demostración de “hombría”.
Al trabajar las tensiones y conflictos que se pueden desarrollar en este ámbito, a los participantes de los grupos (y a los hombres en general) les resulta más fácil conectar y entender los malestares vividos y producidos dentro de las relaciones entre hombres, que sentir y saberse causantes de malestar y tensión entre las mujeres de sus vidas. Son más conscientes de lo que ocurre y les ocurre entre iguales que de las consecuencias que tienen sus prácticas en el grupo subordinado de las mujeres.
Añadimos, para finalizar este apartado, que una perspectiva centrada solo en los “mandatos y costes” y en la “masculinidad tradicional” como “factor de riesgo para la salud”, obvia que, paralelamente, la masculinidad, en el marco del sistema sexo-género, es un factor de protección de la salud de los hombres en tanto que normalmente son receptores de cuidados por parte de las mujeres. De hecho, solo hay que ver el ejemplo en drogodependencias/adicciones: ellos, a la hora de pedir tratamiento, suelen recibir el apoyo de madres, hermanas, parejas, etc., mientras que ellas llegan normalmente con muchos menos apoyos y más solas en general. También aparecen muchos varones que se encuentran en situación de soledad y falta de apoyo, pero salvo excepciones y por otras circunstancias, estas soledades y faltas de apoyo provienen de una historia de vida donde son muchas “las barcas que han quemado” en su proceso de drogodependencias y otras adicciones.
La relación de los hombres consigo mismos, el equilibrio interno en tanto que hombres
Poder contemplar y trabajar la relación de los hombres consigo mismos en procesos de adicción desvela muchos de los caminos de entrada al consumo de drogas y otras conductas adictivas, así como a las recaídas, en tanto que también provee pistas para dirigirse hacia el logro de un equilibrio que favorezca la motivación y la capacidad de recuperación ante las dificultades que tienen los hombres con los que trabajamos.
Ante los acontecimientos de mi vida, ante lo que hago, ante mis relaciones, ¿qué siento y pienso sobre mí? ¿Siento satisfacción o estoy a disgusto conmigo? Estas serían las preguntas, íntimas, de la experiencia de la autoestima. La autoestima masculina nace desde la pertenencia a un grupo social que es dominante, prestigioso y con poder. Esta situación va a tamizar la relación de los hombres consigo mismos y su autoestima. Emplearemos un esquema de análisis propuesto por Bleichmar (1997), el ‘Triángulo de balance narcisista’, para pensar la interrelación que adoptan tres instancias psíquicas cuyo resultado dará cuenta de la satisfacción, o no, que se obtiene con uno mismo en un momento dado.
Como decíamos, este esquema presenta tres elementos o instancias psíquicas, que son: Ideales/Deseos, Representación e Instancia Crítica. Estos elementos no son fijos en el tiempo ni funcionan siempre con los mismos contenidos temáticos.
En el vértice superior se ubican los Ideales, los deseos, lo que se ambiciona, lo que se idealiza y se pretende obtener para uno mismo. Serán creencias y aspiraciones que estarán colocadas a diferentes niveles de magnificencia, más ajustadas a la realidad y recursos de la persona o ser ideales elevados o megalómanos.
¿Qué ideales, deseos, ambiciones y creencias promueve la masculinidad respecto al sí mismo? El autor Thiers-Vidal (2010) nos ayuda a pensar:
Sentirse, saberse y actuar:
• Desde la autonomía y la singularidad.
• Desde el dominio y el poder.
• Desde el control, tanto externo como interno.
• Desde el protagonismo, ser el centro de referencia.
• Desde los propios intereses, deseos y percepciones.
• Hacia el éxito y la importancia social (en cada colectivo de hombres y en cada momento tendrá contenidos diferentes).
• Desde la potencialidad; poder hacer, poder pensar y fantasear, poder rentabilizar, poder proyectarse en la realidad sin coacciones, sin límites ni bloqueos.
• Desde la autoconfianza.
• Desde el derecho a sentirse valorado, admirado y respetado.
• Desde un cuerpo con ventajas (con relación al cuerpo de las mujeres)
• Desde un cuerpo que es usado a modo de herramienta útil para uno mismo.
• Desde el rechazo, o incluso desde el desprecio a lo supuestamente femenino (cada colectivo de hombres y cada momento pondrá contenidos diferentes a estos).
• Sin que invadan emociones que dificulten la acción que se desea realizar.
• Desde la idea del coraje, el heroísmo y la resistencia como valores masculinos.
• Desde la posibilidad del uso de la violencia, la lucha y la competitividad.
• Desde la legitimación para la evasión, el placer, el juego y el bienestar propios.
• Desde la Inteligencia y la razón, con la capacidad, por tanto, de poder definir la realidad.
• Desde una moral acorde a uno mismo y con posibilidad de cambiarla según los propios intereses.
• Desde la no responsabilización de los cuidados, desde la despreocupación, desde la no obligación de rendir cuentas respecto de multitud de aspectos de la vida.
• En un mundo que se adecúa a uno mismo, sabiéndose privilegiado en muchos ámbitos de la vida.
• Desde la responsabilidad de ser el proveedor económico más importante.
• Como protector de lo propio.
Todos los ideales, sentires y prácticas tienen su reverso. Esto es, si uno desea algo, puede aparecer la angustia y el temor a sentirse, saberse y actuar de/desde lo contrario. Ese temor, en conjugación con otros elementos que se describirán a continuación, podrán generar sentimientos que lleguen a producir un sufrimiento psíquico que, a su vez, podría conducir al consumo de drogas, practicar otras conductas adictivas o recaer.
Antes de pasar a los otros vértices del triángulo, se puede observar que estas temáticas masculinas tienen un carácter altamente narcisista. Son ideales, creencias y prácticas “autocentradas”.
Es importante hacer notar, igualmente, que los ideales de cuidado, de evitación del sufrimiento a/de otros, de hacer cómoda la vida a/de las demás personas y/o la de generar bienestar alrededor de uno mismo, no están incluidos en esos ideales de la masculinidad que hemos nombrado.
El vértice inferior derecho del triángulo equivale a la Representación que se tiene de uno mismo respecto de los ideales o ambiciones con los que uno desea identificarse. Se trata de una autoobservación, autoevaluación y vigilancia de uno mismo con respecto a los contenidos del vértice superior. Esta vigilancia que se activa dentro de cada persona se verá incrementada en aquellas facetas en las que el sujeto se sienta inseguro y con las que sienta que pueda recibir una crítica del exterior.
Esta representación de uno mismo en relación con los ideales/ambiciones va acompañada de un tercer elemento, que es la Conciencia Crítica y que ocuparía el otro vértice inferior en la figura. En ese vértice o instancia se tolerará la lejanía/ cercanía respecto de las ambiciones e ideales que se tengan incorporados. Se puede tener una conciencia crítica más laxa o severa en función de los ideales, pero resulta recomendable saber que, en general, los hombres suelen ser muy estrictos, inflexibles y exigentes respecto a los ideales masculinos incorporados, como si se dijesen “debes cumplir siempre con tus ideales”. Así, cada conducta será juzgada desde un “o eres o no eres”, o desde un “todo o nada”. O eres hombre o caes del lado de lo desvalorizado, esto es, de lo femenino. O eres un hombre o eres un maricón, o un niño o una mujer. Si no se es, aparecerán afectos circundantes como el de la depresión, la inferioridad, la impotencia, la angustia, etc.
Si en el balance que hace el sujeto de sí, resulta que cumple con los ideales en determinado momento, se aceptará con más tranquilidad o con más exaltación y euforia. Ambos lugares, tanto el de la depresión como el de la euforia, pueden dar paso a las recaídas, tal y como veremos más adelante en relación a los interjuegos del sufrimiento y del placer.
Cuando en el marco del tratamiento se examina la subjetividad de los hombres, es posible identificar qué aspectos tienen más internalizados o menos al ponerlos en relación con su autoestima, con sus procesos de toma de decisiones o con algunos mecanismos de reacción automatizados. En este caso resulta igualmente importante reflexionar con ellos en torno al sistema de género y cómo éste favorece sinergias en las que se les permite alardear del consumo o declararlo de una forma mucho más pública y normalizada.
Si examinamos los ideales de la masculinidad, podremos comprobar que están íntimamente relacionados con el consumo de sustancias y otras conductas adictivas, y/o son compatibles con ello, mientras que no sucede así con los ideales de género femeninos. De hecho, ellas son sancionadas social y moralmente ante las mismas conductas, como mujeres.
Si ponemos el punto de atención en que el proceso de construcción de la masculinidad se fundamenta en continuos ejercicios de autoafirmación y “autocentramiento”- (hacer, lograr, centrarse en el objetivo, egoísmo, agresividad, etc.), entenderemos que, paradójicamente, el consumo puede configurarse como una actividad con sentido en sí misma / para sí mismos, independientemente de que su pareja o sus amigos/as consuman o no.
De hecho, es a partir de este esquema que podemos examinar varios elementos de la masculinidad directamente relacionados con el consumo de sustancias y el juego/apuestas, etc.
La relación de los hombres con las drogas: interjuegos en la búsqueda de un estado placentero/la salida de un estado de sufrimiento
Si bien el desarrollo de una adicción no deviene únicamente del placer que puedan proporcionar las drogas y no se orientan desde el deseo de obtener placer, muchos hombres relatan los primeros encuentros con la droga desde la dimensión placentera que proveen las mismas. Posteriormente, en el uso adictivo de las sustancias esta dimensión placentera va a perder relevancia, y se consume en mayor medida para evitar el malestar que genera la abstinencia (Ingelmo, Ramos, Méndez y González, 2000).
Analizar con ellos cómo representaban ese placer y qué les aportó esa gratificación puede tener valor de cara a la continuidad en el consumo y/o en las posibles y futuras recaídas, es decir: quizás en esas primeras experiencias de los hombres están, por ejemplo, ciertos deseos y fantasías de acceso a algún tipo de poder o de éxito sexual que con las drogas pudieron sentirse como reales o, incluso, se den permiso para actuarlo. Desde ahí ya dispondríamos de algunas pistas para trabajar las relaciones sexuales, por ejemplo. De hecho, incorporando la perspectiva de género a esa temática se podrían explorar cómo vivieron y viven estos hombres la sexualidad, cómo han sido sus relaciones sexuales con mujeres u otros hombres, las posibles violencias sexuales, etc. (este será un aspecto que abordaremos específicamente más adelante).
Detrás o junto a esta dimensión del placer en los primeros encuentros con las drogas, también se pueden intuir situaciones y representaciones de sufrimiento psíquico en relación con la temática que haya aparecido. Estos sufrimientos psíquicos acaso han seguido sin resolverse hasta la actualidad y pueden ser motivo de recaída cuando se reproducen o repiten situaciones del pasado o alusiones a ellas. Por seguir con el ejemplo de la sexualidad, es posible que aparezcan sentimientos de vergüenza en la “seducción”, sentimientos de inferioridad por comparación con otros hombres de su entorno, sentimientos de impotencia por no “dar la talla”, etc.; elementos que surgen desde el consumo, pero se relacionan con la masculinidad, afectándose ambos de forma bidireccional.
Acerca del permiso para el placer en los hombres
En este interjuego que hemos comentado en el que se funde la función placentera de la droga con su función para disminuir el dolor, queda claro que los hombres con los que trabajamos han usado las drogas como modo de aliviar sufrimientos y desplazarse hacia estados evitativos y/o placenteros.
Aun así, no podemos perder de vista cómo en la construcción de la subjetividad masculina la comodidad y el placer son elementos vividos y asumidos como un derecho, muchas veces a costa de las personas de alrededor. Aquí se nos abre otra nueva hipótesis a explorar. Si la droga produce un estado de placer, es posible que se considere como aspecto inherente a lo masculino esa búsqueda de placer en sí mismo y para sí mismo. Se trata de experimentar y otorgarse como hombre el permiso interno para la búsqueda de placer, o para acompañar a otro placer ya existente, o para incrementar el placer que se está sintiendo. Este permiso interno que los hombres se conceden para el placer puede constituirse como un factor precipitante o de riesgo para las recaídas, por lo que habrá que investigar y analizar junto con ellos esas situaciones, que por otro lado pueden ser muy variadas, como el encuentro con viejos amigos, una próxima o posible relación sexual, que mi equipo de fútbol haya ganado un partido, que he ascendido en el trabajo, que ha nacido mi hija, o simplemente que me aburro y no sé qué hacer.
En estos casos de búsqueda de placer en sí mismo y para uno mismo, es importante introducir una perspectiva ética, poniendo de relieve la tendencia constante de los hombres al “autocentramiento” y la autopercepción de la autonomía. De esta forma tendremos la posibilidad de trabajar sobre los modos egoístas en los que se construyen los hombres, que no reparan o tienen en cuenta las consecuencias dañinas de esa construcción sobre las personas que les rodean y les cuidan, principalmente mujeres, como ellos mismos suelen reconocer.
En resumen, creemos importante para los hombres con los que trabajamos que puedan comprender los diferentes interjuegos entre el placer y el displacer asociados al consumo de drogas (y que podemos ampliar a otras conductas adictivas), pues estas “gramáticas” posiblemente se conviertan en lugares de fijación que se repiten en sus vidas, aumentando así el riesgo de recaída cada vez que aparezca el dolor o se desee alcanzar un estado placentero.
Cuando aparece el sufrimiento…¡a la mierda con todo!
Aparece así otro elemento importante: en general, hablan de momentos donde se sienten incapaces de manejar la realidad (principalmente cuando deviene en malestar) que les toca vivir, conectan con los afectos de impotencia y la carencia de recursos personales para afrontar determinadas situaciones. La manera de solucionar esta impotencia, en muchas ocasiones, será a través de la agresividad, expresada muchas veces con la frase: “¡a la mierda con todo!”, y que unida al deseo de consumir en situaciones concretas, se transforma en factor de riesgo para las recaídas.
La exploración de estas situaciones, en muchas ocasiones va a apuntar a la falta de manejo emocional en determinadas áreas de la vida, la ausencia de recursos relacionales y la baja tolerancia de los hombres al malestar y la frustración que pueden precipitar reacciones de huida de la realidad. El “a la mierda con todo” se podría pensar como una reacción a investigar con los hombres por su habitualidad, pues es una manera impulsiva y masculina de expresión ante los conflictos internos/externos, propulsora de recaídas y de otras acciones riesgosas para sí y para las personas que les rodean. Acciones que, en ese instante, estarán legitimadas y justificadas por los hombres y que pueden obedecer a un sostenimiento o defensa de la “hombría” cuando ésta se ponga en peligro.
Es importante ayudar a pensar estos momentos con los hombres, porque nos remite a momentos de duelo, de puesta de límites familiares, de enfados consigo o con otros y otras, etc. Son escenas en las que es importante revisar las representaciones de sí mismo, de las demás personas, las justificaciones y los permisos internos que se conceden para mandar a la mierda todo, presentándose a sí mismos como potentes, agresivos, con coraje para salir así de la impotencia, de la vergüenza, de la debilidad, etc.
Empleo y dinero
¿Qué lugar ocupa el empleo en la construcción de la identidad masculina? ¿Cómo podemos relacionarlo con el consumo de sustancias y otros factores precipitadores de recaídas desde una perspectiva de género?
El trabajo aparece como factor precipitante de recaídas entre los hombres, por estrés, por accesibilidad a la sustancia, por despidos, o por sentimientos de alienación/no realización por el lugar y la tarea a realizar (estar solo muchas horas o sin tareas interesantes que desempeñar, por ejemplo), y la autoexigencia, el desarrollo personal a través de la promoción laboral, etc. Es necesario promover en los grupos un diálogo acerca de lo que significa el empleo en la identidad masculina.
Los hombres suelen relacionar inmediatamente el empleo con la libertad económica, con la autoestima y la autonomía o con el “no depender de nadie”. El empleo y el dinero son símbolos de potencia para los hombres. La situación de dependencia económica es un estado que se percibe como posible y normal para las mujeres, pero no para los hombres. Además, suelen exponerlo como una cuestión de “morro”, de ventaja para las mujeres, por lo que es conveniente establecer el marco de interpretación que lo ubica como la desventaja que en realidad es para ellas: pasas a depender económicamente de otra persona (es decir: no tienes autonomía) mientras te dedicas, además, a tareas muy necesarias para la vida humana (los cuidados), pero que en esta sociedad no te otorgan derechos ni reconocimiento, porque están muy desvalorizadas (también cuando dan EMPLEO Y DINERO el salto a empleo remunerado, ya que se encuentran en las escalas más bajas de salarios y condiciones, y son de los sectores más feminizados).
Se abre así la posibilidad de promover el diálogo entre ellos en torno a lo que para cada uno significa “tener dinero” y “libertad económica”, así como del rol de proveedor y de la organización económica familiar desde la perspectiva de género.
En los procesos de tratamiento es frecuente que muchos hombres “aceleren” sus procesos de recuperación y tratamiento sin concederse tiempo para los grupos o terapias, por la necesidad de correr a conseguir un empleo en caso de que no lo tengan. Parece ser, de hecho, que, aparte de que ellos los demanden pronto, las y los profesionales tendemos a ofrecer los servicios de orientación laboral mucho antes a los hombres que a las mujeres (Instituto de Adicciones, 2019).
Si bien la independencia económica es una cuestión vinculada a lo masculino, ¿qué pasa cuando atraviesan momentos como un tratamiento u otros, donde su libertad-independencia económica se ve directamente afectada? La cuestión aquí es si pueden estar en situación de dependencia económica sin que eso les haga machacarse o sentirse mal y esa situación se transforme en un precipitador de recaídas desde el argumento y la justificación de que lo normal para un hombre es tener que trabajar.
La conexión y expresión de las emociones
En los grupos con hombres nos hemos encontrado recurrentemente patrones afectivos masculinos ligados a lo público y lo valorado socialmente. Una afectividad ubicada en la autoafirmación, en lo exterior, en la consecución de resultados, logros y actividades. La autoafirmación masculina pasa por no pedir ayuda y/o no reconocer las debilidades, así como por un fortalecimiento y endurecimiento del carácter para garantizar y de/mostrar la “hombría”. Podemos ver en los grupos, por tanto, un déficit de expresiones y manifestaciones emocionales ligadas a lo íntimo, a la conexión interna, a la conexión empática y a la compasión, a la tristeza, al miedo, la escucha propia de sensaciones, etc.; un mundo emocional extraño para ellos, desvalorizado hasta ahora y asignado a las mujeres, reproduciendo una especie de “economía afectiva” (Botello, 2017) del sistema de género que les aleja de los encuentros emocionales cercanos y, a su vez, les exime del trabajo emocional cotidiano para los cuidados.
Indagar en los grupos los apoyos emocionales en sus vidas pasadas y actuales, en quiénes se apoyan, cómo y para qué, y ver si tienen relaciones de intimidad emocional con otros hombres y con mujeres (sin que sean sus parejas afectivas), les hace llegar a la comprensión de los patrones emocionales de género establecidos por las relaciones de poder, de aquello que han valorado o lo que han sentido como ajeno a ellos, desvalorizándolo.
El cuerpo: otro lugar donde se inscribe la masculinidad
De la misma forma que sucede con el lenguaje emocional, el lenguaje corporal habla de lo que se piensa y se siente respecto de uno mismo y de las demás personas. Lenguajes que hablan del sentirse hombre, de cómo la masculinidad se hace cuerpo.
El cuerpo de los hombres no deja de ser un añadido más de un grupo privilegiado con relación a las mujeres. Los cuerpos masculinos aparecen representados como máquinaherramienta, cuerpos con potencia, seguros, con energía, preparados para la acción, cuerpos audaces, con legitimidad para alcanzar su propio deseo (sexual y más allá de éste), cuerpos libres, cuerpos expertos en la defensa y el ataque, cuerpos que hablan de la superioridad/inferioridad frente a los/as demás, cuerpos en los que las diferentes violencias están presentes. Adquirimos todo un lenguaje corporal a partir de la posición social que ocupamos y a través de nuestras creencias, afectos y valores.
En los grupos, por el contrario, nos encontramos hombres con cuerpos que son descritos “a modo de dolor, batalla y cicatrices”, cuerpos con dolencias, con VIH, con hepatitis, con revisiones médicas permanentes, etc.; cuerpos muchas veces enfermos, débiles, con necesidad de cuidados, muy alejados del ideal; cuerpos descritos desde la desvalorización y desprecio por caer del lado de lo supuesto femenino (débil) o por no “funcionar como deberían”. De nuevo, un desajuste y un conflicto interno entre lo que fui y ya no soy, entre lo que deseo y no puedo, entre las expectativas de género y la imposibilidad actual de llevarlas a cabo en algunas situaciones.
Los duelos; otra vuelta al dolor en modo masculino
Los duelos (Sanz, 2001) tienen que ver con los cambios y el cambio está continuamente en la vida de todas las personas, más si cabe cuando se desea superar una adicción.
En los talleres con hombres aparecen, de manera más o menos explícita, los duelos. Duelos por la muerte de familiares, amistades (referencian a amigos, no a las amigas) y parejas, duelos por separaciones amorosas y duelos de las expectativas de uno mismo, etc. Duelos que llevaron a recaídas, duelos que tuvieron que atravesar para salir de la adicción, como el duelo por renunciar a la propia sustancia, algunos duelos ya cerrados y duelos aún pendientes.
Los duelos se han relacionado tradicionalmente con estados depresivos conformados en diferentes entonaciones emocionales, no lineales ni consecutivas ni independientes. Serían modulaciones y respuestas ante el dolor psíquico de las pérdidas. Algunas reacciones ante las pérdidas que, de algún modo, pueden precipitar las recaídas son la negación del propio malestar que hace que se muestren “como si no pasase nada”, la sensación deno poder actuar sobre la realidad para resolver la insatisfacción que se siente, la frustración de los deseos y expectativas que precipitan la agresividad (hacia fuera y/o hacia dentro) como un intento de alejar y eliminar la realidad que causa dolor, la fantasía o la ensoñación de poder transformar la realidad, el esfuerzo por controlar y alejar el sufrimiento, etc.
El mostrarse seguro, verosímil y controlado, con capacidades de dominio y raciocinio, la omnipotencia, el exceso de autoconfianza, el ensimismamiento y la negación de la realidad vuelven a ser dificultades y resistencias a la hora de elaborar las despedidas por parte de los varones, pudiendo conllevar a un acercamiento hacia recaídas debido a los sentimientos vergonzantes que muchas veces acompañan el tránsito de los duelos.
Los duelos se empiezan a manejar cuando se está disponible para otra cosa, para otra relación, para otra imagen de uno mismo, para otras modulaciones internas, otras posibilidades de vida que se ponen en práctica. La relación con lo perdido cambia, las angustias, las exigencias, los miedos y las limitaciones se habrán elaborado y recolocado.
Los duelos, por tanto, van a llevar aparejados muchos cambios en las creencias y percepciones profundas sobre uno mismo, sobre los y las demás y sobre la realidad.
También están presente en los grupos las resistencias al duelo que supone la despedida del lugar de poder en relación con las mujeres, esto es, el duelo por la pérdida de beneficios y privilegios. Son duelos que los hombres han de realizar para el cambio hacia una vida en igualdad de trato y de equivalencia existencial con las mujeres, esto es, el duelo por la pérdida de las ventajas, beneficios y comodidades que se disfrutan a costa de las mujeres (tener más tiempo y espacio para uno mismo, o evitar tareas “desagradables” de lo cotidiano, por ejemplo) en pro de una vida de respeto y cooperación con ellas.
La relación de los hombres con las mujeres: vínculos con las no iguales
Siendo el objetivo de nuestra investigación presentar una propuesta de trabajo con hombres para apoyar su salida de la dependencia y las adicciones, se podría pensar que la temática de las relaciones con las mujeres podría ocupar un segundo plano. Sin embargo, se considera necesario apuntar que promover un estilo vincular diferente de los hombres hacia las mujeres y fomentar un trato respetuoso entre sujetos iguales y dignos de serlo en la convivencia, es útil para la prevención del inicio de los consumos y las recaídas y constituir, a su vez, parte del proceso de abandono del consumo.
Una parte importante de la autoestima masculina (Bonino, L. 2004) se apoya, aún hoy, en el sentimiento de superioridad, control y dominio sobre las mujeres. El sentirse con poder y autoridad sobre ellas, y con más derechos, es un eje central de la vida de los hombres; un eje muchas veces naturalizado e invisibilizado para los propios hombres.
Es por esto que la autoestima de los hombres en relación con las mujeres estará equilibrada en la medida en que se mantenga ese orden jerárquico, asimétrico, en sus relaciones. Si las mujeres se ajustan al papel que se les asigna en tanto que grupo subordinado, no habrá crisis interna en los hombres. Mientras las mujeres cumplan las expectativas sociales que aún hoy circulan en lo social y que los hombres han interiorizado, todo permanecerá en un equilibrio bien ajustado para los hombres. En la medida que los hombres sientan que se respetan sus derechos masculinos como receptores de atención y cuidados por parte de las mujeres, sin necesidad sentida de reciprocidad, se les devolverá una imagen de sí mismos como adecuada, por ejemplo. Mientras las mujeres estén para ser receptoras de sus malestares y sufrimientos; mientras devuelvan su admiración hacia los hombres y sostengan su imagen; mientras ellas sigan acondicionando las logísticas de cuidado para ellos o estén disponibles y donen sus tiempos y sus energías para ellos, los hombres se sentirán validados en tanto que hombres en relación con las mujeres. Cuando las mujeres cumplen las expectativas o lo que se espera de ellas en la vida cotidiana de los hombres, a pesar de mantener un vínculo que reproduce y sostiene la desequivalencia, no habrá sufrimiento psíquico para ellos ni herida en su autoestima masculina.
Es importante apuntar que uno de los elementos centrales que provoca la desigualdad, la violencia y la dominación, es la creencia masculina de que no tienen obligación de reciprocidad para con las mujeres, o sea, no entra en sus esquemas que ellos deban hacer por ellas todo lo que sí esperan que ellas hagan por ellos. Como hemos visto, los ideales masculinos son muy “autocentrados” y hay una falta de ideales éticos en relación con las mujeres (Covas,2009:83). Son precisamente estas cuestiones las que se pueden ir construyendo en el trabajo con ellos.
Cuando las mujeres rompen con sus mandatos en sus relaciones con los hombres y con la vida familiar/social, cuando reclaman para sí mismas sus derechos y proponen modos de relación e intercambio más éticos, será cuando los hombres sientan amenazada su posición y surjan situaciones de conflicto interno y de violencia de género; violencias masculinas más o menos toleradas por la sociedad y/o actos violentos y abusos cuya intención y función será la de restaurar la desequivalencia que permita a los hombres seguir valorándose a sí mismos.
En la subjetividad masculina (Bonino, L.; 2000), las mujeres pueden aparecer codificadas de diferentes modos: a) idealizadas (no hay nada como una madre), b) degradadas (qué malas son las mujeres, son unas viciosas y unas putas) o c) como seres amenazantes (ojo con ellas que te quieren hacer cambiar/cuidado con las mujeres, por cualquier tontería te meten en un lío). Son tres representaciones de las mujeres que se acompañan de su abanico de acciones sobre ellas; son tres lugares desde donde las mujeres no son vistas en una posición de equivalencia existencial; no son concebidas como sujetos tan legítimos como uno mismo para la convivencia. Es necesario apuntar que las mujeres que vayan a trabajar con hombres se van a tener que enfrentar de un modo u otro a estas miradas masculinas y a sus consecuentes acciones, con un plus de intensidad cuando el trabajo se enfoque específica y explícitamente sobre el género.
Algunos ejemplos de los que se dispone en el trabajo o la experiencia con hombres en procesos de tratamiento por adicciones son visibles al comprobar que, en muchos casos, son cuidados por las mujeres de sus vidas, lo que en principio no les ocasiona a ellos ningún malestar respecto de su propia valoración en tanto que hombres, pues ser receptores de los cuidados es un lugar naturalizado y adecuado en los posicionamientos sociales de género.
Explorando los caminos de la violencia y el consumo
La relación entre violencia y consumo de sustancias aparece con frecuencia en los discursos de los hombres en tratamiento.
La violencia es un elemento que se naturaliza de tal forma que se vivencia como algo natural e inevitable. Sin embargo, las teorías de género han puesto de relieve que la violencia y el manejo de la misma, también se aprenden. De hecho, puede parecer que la violencia y la agresividad son, a menudo, el signo de virilidad más evidente.
La unión simbólica de la violencia de género exclusivamente a los “excesos” (violaciones, palizas, maltrato, feminicidio…) a la norma (estructural, con formas sutiles y violencias aceptadas socialmente) impide la toma de conciencia acerca de la raíz del problema: el sistema de género y la subordinación intrínseca de las mujeres/lo femenino frente a los hombres/lo masculino. Trabajar con los hombres en grupo implica analizar las raíces de esa violencia y cómo se relaciona intrínsecamente con la construcción de la masculinidad/ser hombre en nuestra sociedad, lo cual abre posibilidades de autoconocimiento y autorreflexión acerca de cómo se establecen las relaciones (con las mujeres, consigo mismos y con otros hombres) y cómo y en base a qué construyen su autoestima.
Frases como “La que lleva los pantalones en casa es tu mujer”, “Calzonazos”, “¡No tienes huevos!” son continuas interpelaciones dirigidas a no ser “dominados” por las mujeres, esto es, a obstaculizar unas relaciones más equitativas en las que ellos no ocuparían el lugar preeminente. Construir relaciones en equivalencia es trabajoso y quizás no es algo que pueda explorarse en toda su extensión en los grupos de prevención de recaídas, pero no está de más analizar con los varones participantes la manera en que construyen vínculos y relaciones de pareja en sus vidas.
En los talleres desarrollados con hombres se ha comprobado que, al examinar sus relaciones de pareja, aparece en mayor medida el no cuidado o la falta de buen trato, más que una violencia más grave o explícita hacia sus parejas. Este no cuidado y la falta de buen trato suelen acompañarse de una absoluta falta de conciencia en torno a la violencia estructural implícita en comportamientos que tienen muy naturalizados, tales como irse de casa ante cualquier conflicto por minimio que sea y entonces consumir, dejar a sus hijos/as al cuidado de sus parejas sin sentir que formen parte de su responsabilidad, no corresponsabilizarse en el cuidado de niños/as y personas con altos grados de dependencia, consumir prostitución a la par que sustancias de forma abusiva, etc.
En el espacio doméstico-familiar, reconocen discutir a propósito con su pareja para “poder irse a consumir”. ¿Cómo construimos desde la masculinidad el espacio de lo doméstico y las relaciones de pareja? ¿Qué papel juega esa subjetividad atravesada por el permiso para consumir, para huir de un estado displacentero? ¿En qué lugar colocas a tu compañera, la mujer con la que convives, al hacer eso?
La experimentación de falta de poder y pérdida de privilegios
El poder como paradoja es un elemento crucial en la vida de los hombres, en tanto que es un lugar de interpelación e ideal con el que cumplir de los hombres y su masculinidad, frente al que muchos hombres con problemas de adicción suelen representarse en carencia. Caminar hacia relaciones más equitativas y justas es un proceso que avanza sobre la pérdida constante de poder y privilegios derivados del género. Por ejemplo, cuando se trabaja la asertividad en el marco de las habilidades sociales, que es uno de los elementos centrales que se proponen habitualmente en el trabajo grupal en los tratamientos, podría y debería ser objeto de examen desde perspectiva de género y replanteada desde ahí. ¿Qué supone para los hombres no imponer lo que piensan?, ¿no llevar las cosas por el cauce que desean? ¿Cómo afecta a su autoimagen y autoestima que no se les haga caso a lo que dicen? ¿Cómo afecta a la mujer con la que se relacionan? ¿Se ven interpelados a expresarse desde la agresividad? ¿Qué lugar ocupa la agresividad como mecanismo para lograr lo que uno quiere?
Los hombres suelen experimentar una pérdida de poder y reconocimiento al intentar expresarse desde la asertividad (o al menos cuando no lo hacen desde la agresividad), por lo que resulta conveniente desvelar y analizar con ellos las posibles resistencias al cambio derivadas de esa experimentación subjetiva de pérdida de su lugar como hombres (esto es: de autoridad, que se haga lo que él dice). Es más: ¿cómo se sienten los hombres que ocupan un lugar de comunicación más desde la pasividad y/o la pasivo-agresividad? ¿Que no cumplen con esa idea estereotípica de que se haga lo que él dice? Porque es más que probable que vayan a expresar mucha impotencia que suele terminar “estallando por algún sitio”, en tanto que también se ven interpelados subjetiva y socialmente a ocupar un lugar de poder que no sienten que tengan.
Incorporar al trabajo grupal esta ambivalencia y la posible experimentación de pérdida de privilegios, y hacerlo de forma explícita, permitirá la toma de conciencia de esos procesos que, de lo contrario, se dan de forma inconsciente y producen no pocas resistencias al cambio, o que actúan, incluso, como factores disparadores del consumo.
Un ejemplo de ello es la “naturalidad” (en el sentido de que se da por hecho) con la que en el tratamiento se les “tutoriza” el manejo del dinero desde el equipo profesional, o se le encarga a un familiar (normalmente una mujer) que se haga responsable de ello (en salidas, programas ambulatorios directamente relacionados con ludopatías, etc.). Muchos hombres pueden experimentar un choque frontal con su identidad y autoestima, al tener que dejar en manos de otras personas el control y el poder; reciben así un impacto directo en su autoimagen y en su estatus como varones.
Veamos un ejemplo concreto de esta idea que estamos exponiendo a través del caso de un hombre de un centro al que le dan permiso para salir a comer con la familia. Ante la salida, tanto en el recurso como en el seno familiar se han llevado a cabo todos los protocolos para que en las horas del encuentro no haya alcohol ni ninguna sustancia que pueda despertar su deseo de consumir ni conductas que puedan exponerlo a un estímulo que resulte un posible desencadenante. A pesar de saber que va a estar en un entorno seguro, él no termina de estar tranquilo. Preguntado por lo que siente, habla del sentimiento de vergüenza por no llevar dinero y poder invitar. En este caso, no tener dinero (y poder mostrarlo invitando), provoca una ansiedad (narcisista) que sí puede conducirle a recaer, más allá de que tenga alcohol a mano.
Este es uno de esos momentos donde grupalmente podemos hablar del dinero y de cómo ha funcionado el mismo a lo largo de la vida en tanto que hombres. Al tirar un poco del hilo es habitual que se asocie a sentimientos de valía, de poder, de exhibición masculina, de exceso de autovaloración asociada a la posesión de dinero, a lo que se hace con el dinero y lo que permite éste hacer, etc. Con el análisis de todas estas cuestiones es posible reflexionar sobre la necesidad de proceder a un reordenamiento de valores, sentimientos, prácticas y representaciones de uno mismo para no sentirse frustrado y poder manejar mejor el posible deseo de consumo.
Hasta aquí podríamos pensar que trabajamos con perspectiva de género, pero si formulamos de nuevo la pregunta que debe planear constantemente en el trabajo con hombres: ¿dónde quedan las mujeres en sus discursos y prácticas (en este caso) relacionadas con el dinero?, veremos que en el caso ejemplificado resulta que la persona que iba a invitar a la familia era su pareja, su compañera. Ese momento resultó muy importante para el trabajo hacia las relaciones de equivalencia existencial con las mujeres. Y si fuese al revés, si tú fueses a invitar, ¿tendría ella que sentir vergüenza? La respuesta casi unánime del grupo fue NO. Igualmente, puede ser esa la situación más oportuna para poder sacar a luz cómo representan los hombres a las mujeres con relación al dinero, qué implica el dinero para las mujeres de sus vidas y qué efectos/ consecuencias ha tenido en sus relaciones. A partir de ahí, en este caso del trabajo sobre el dinero, como otro de tantos elementos asociados a la masculinidad, será más sencillo recolocarse simbólica y comportamentalmente para programar con mayores posibilidades de éxito una salida de sábado para comer en familia.
Los sentimientos de vergüenza, de superioridad, de inferioridad etc., se dan siempre en relación con otra/s persona/s, por lo tanto, será importante explorar lo vincular, lo inter-relacional, como ya se ha expuesto.
Sexualidad, jerarquías y poder: implicaciones en los consumos de los hombres
Otro ejemplo donde vamos a incorporar claramente los tres ejes expuestos (relación con uno mismo, relación con los iguales, y relación con las no iguales), es el análisis de la sexualidad. El sistema de género atribuye a los varones un deseo sexual explícito y legitimado, entendido además como incontrolable una vez que es “despertado”, mientras que a las mujeres las sitúa como receptoras de la demanda sexual, a la par que las convierte en objeto de ese deseo explícito. Además, en el imaginario prevaleciente de la sociedad en general sigue funcionando la dualidad “estrechas/zorras” para designar el comportamiento sexual y la moralidad de las mujeres heterosexuales.
Este tema ofrece la posibilidad de explorar con los hombres heterosexuales con los que trabajamos cómo se comportan cuando perciben a las mujeres dentro de la categoría “zorra” ¿Cómo tratan los hombres a las mujeres que perciben como “fáciles” o directamente como “putas”? ¿Qué relaciones establecen con ellas? ¿Aparece el consumo o el deseo de consumo en esas circunstancias? ¿Consumen a propósito para mantener relaciones sexuales?
La heterosexualidad también se convierte en una norma reguladora en las relaciones intragénero entre los hombres (Welzer-Lang, 2002) . La heterosexualidad “es lo normal” y se constituye como “la norma”. Aparte, el propio sistema atribuye un papel dominante al hombre, en tanto que fecundador, penetrante. Esto le reafirma en su masculinidad y le eleva sobre las mujeres, pero también sobre otros hombres. De hecho, un hombre puede transgredir ciertas normas de la heterosexualidad mientras que mantenga su preeminencia de dominación y de penetrador en el simbolismo de lo masculino (es decir, mientras sean ellos quienes penetren a la otra persona, aunque sea otro hombre).
De la misma forma que este paradigma otorga privilegios a los hombres en detrimento de las mujeres, también retira estatus entre ellos a los hombres que no reproduzcan esa tendencia masculina. Es un sistema de subordinación de unos hombres sobre otros hombres que muestran sexualidades distintas y que se ven asimilados a lo femenino y/o tratados “como mujeres”. La homofobia aparece como un aspecto que cimenta las fronteras de género para los hombres y que reafirma los “auténticos valores masculinos”. Poner el punto de atención en las relaciones entre los hombres desde esta perspectiva, permitirá desvelar aspectos relacionados con la pérdida de prestigio en su imagen social, generándoles emociones relacionadas más directamente con la vergüenza o el miedo al ridículo, por ejemplo.
En escenarios habituales de consumo de drogas encontramos múltiples experiencias en las que los varones heterosexuales unen el consumo (sobre todo de cocaína y otras sustancias estimulantes) con episodios sexuales cargados de prácticas de riesgo, donde la excitación se fundamenta en un imaginario basado en la concepción del sexo como algo apasionado, explosivo, incontrolable, impulsivo, alejado de toda idea de reproducción. De esta forma recaen sobre la sustancia expectativas de ‘descontrol’ y ‘desenfreno’, toda vez que se convierten en un vehículo para la experiencia fuera de la norma social en torno a la sexualidad “segura” asimilada a lo aburrido, a lo no excitante, unido a la idea de la ‘mujer buena-novia/esposa’. Estas experiencias son un ejercicio cargado de simbolismo masculino triunfador y exitoso. Trabajar desde el marco de género estos contenidos en torno a la heterosexualidad, la homofobia y el ejercicio de poder en la construcción de la sexualidad masculina, se hace imprescindible para profundizar y mejorar las relaciones de los hombres con las mujeres, de los hombres con otros hombres y de los hombres consigo mismos.
Apuntes para el cambio
Ya se puede percibir que, desde esta manera de entender la masculinidad, se afronta el trabajo con los hombres de manera diferente a la primera propuesta. Este análisis propone un cambio de enfoque, sumando aquello que no se trabaja desde la perspectiva de los mandatos masculinos.
Así, para el cambio de los hombres que proponemos, basado en este segundo diagnóstico, habría que trabajar en relación con los siguientes ejes (Covas, 2009; Bonino, 2000, 2004, 2006, 2008):
• Mostrar a los hombres lapertenencia al género masculino a un grupo social llamado Hombres. Esto permite analizar las influencias sociales en la construcción de sus acciones y entender lo que les ocurre en relación con los usos de drogas y las adicciones que puedan desarrollar.
• Historizar y reconstruir el camino común (y singular de cada quien) para comprender cómo el imaginario y la estructura social se fueron interiorizando. Cuando ayudamos a desnaturalizar la posición social de los hombres y sus consecuencias, se pueden vislumbrar posibles caminos de cambio sin percibirse únicamente desde el fracaso, con culpas narcisistas e impotentes, y como causantes de dolor en sí mismos y en su entorno.
• Trabajar en la desidentificación y deslegitimación interna de los deseos, ambiciones e ideales de la masculinidad que empujaron y empujan, de un modo u otro, al consumo y conductas adictivas. Ideales de perfección para encajar en lo masculino, que lleva a decepciones, impotencias y fracasos recurrentes, los cuales se vuelven a activar con más exigencias, agresividad, etc. Poder entender cómo ha funcionado el estatus y los ideales en sus vidas, qué privilegios han deseado y/o adquirido, a cambio de qué problemáticas y de qué áreas de la vida que se han quedado deficitarias o sin desarrollar.
• Afrontar los costes del cambio y hacer el proceso de duelo por aquello de lo que toca despedirse: los beneficios materiales, económicos, políticos y simbólicos de la masculinidad jerárquica en los tres ámbitos reflejados en este diagnóstico de la masculinidad.
• Ayudar a la adquisición de nuevos recursos como el autocuidado, la escucha interna y corporal, así como la modulación de las ambiciones masculinas y a la renuncia al estatus de género entre los hombres.
• En relación con las mujeres, el objetivo general se dirigiría a renunciar al poder y al estatus, salir del lugar otorgado por las relaciones de género. De nuevo, habrá que desnaturalizar las violencias y los abusos que se han ejercido desde el lugar de privilegio y desde las experticias masculinas. Se trata aquí de deslegitimar aquellas prácticas (propias, de los otros y de la sociedad que llevaron y llevan a cabo, y que suponen acomodarse en la posición masculina a costa de las mujeres, de ejercer prácticas violentas para sujetarlas y mantenerlas en su posición subordinada. A su vez, se trata de reconstruir, para la práctica, las expectativas de los hombres sobre las mujeres para poder vivenciar a éstas como sujetos iguales en la convivencia, con los mismos derechos y necesidades que ellos.
• El trabajo con perspectiva de género con hombres también implica dirigirse a conseguir que sean capaces de generar placer, bienestar y cuidados en su entorno, promoviendo discursos y prácticas en ellos para la reciprocidad, la disponibilidad, la presencia, la empatía hacia las necesidades de los y las demás, y, por tanto, con los cuidados. Soltando el “ser para sí mismos” y el “autocentramiento”, para incorporar recursos y prácticas de descentramiento y del “ser para los demás”. En este sentido habrá que valorizar a las personas que cuidan y entenderlas como el aporte a una función social imprescindible para la vida, más allá del género.