Los distintos significados de los consumos de drogas para hombres y mujeres
Consumir drogas no tiene el mismo significado para hombres y mujeres, ni es valorado del mismo modo por los demás. Mientras que en el caso de los hombres el consumo de drogas es percibido como una conducta natural, social y culturalmente aceptada (salvo en casos extremos donde la adicción a las drogas aparece asociada a conductas violentas, temerarias o antisociales), entre las mujeres supone un reto a los valores sociales dominantes. Por ello, las mujeres adictas a las drogas soportan un mayor grado de sanción/reproche social que los hombres, que se traduce en la presencia de un menor apoyo familiar o social.
La estigmatización de las mujeres con problemas de adicción a las drogas refuerza su aislamiento social, a la vez que favorece la ocultación del problema y la ausencia y/o demora en la solicitud de ayuda para superarlo. Son reiteradas las evidencias que señalan que retardan la solicitud de ayuda hasta el momento en que las consecuencias sobre su salud física y mental o en su vida familiar, social o laboral alcanzan una entidad tal que las hace insostenibles. Esta circunstancia explica, por ejemplo, cómo, siendo la proporción de hombres con problemas de abuso de alcohol el doble que de mujeres, las tasas de tratamiento masculinas cuadriplican a las femeninas (RUBIO, G. y BLÁZQUEZ, A. 2000).
Las mujeres con consumos problemáticos de drogas perciben con más frecuencia e intensidad que los hombres que han fracasado a nivel personal, familiar y social, que han sido incapaces de desempeñar satisfactoriamente el papel que les ha sido asignado: ser una buena madre o ama de casa. Las consecuencias de esta vivencia suelen ser la desvaloración personal, las tensiones y conflictos familiares, cuando no la violencia familiar.
Pero, además, deben hacer frente a la incomprensión y el rechazo por parte su entorno social más próximo. A diferencia de lo que les sucede a muchos hombres con problemas de adicción, a los que su pareja, familiares y amigos les ofrecen apoyo y colaboración para tratar de superarlo, numerosas mujeres se encuentran con el desinterés, cuando no con la oposición abierta de su entorno, a la hora de decidir iniciar un tratamiento. Es frecuente comprobar cómo cuando los consumos problemáticos son realizados por hombres sus parejas permanecen a su lado, cuidando de la familia y colaborando en el proceso de rehabilitación. Por el contrario, las parejas de las mujeres con problemas de adicción suelen abandonarlas, delegando el cuidado de los hijos en otros familiares.
Esta diferente respuesta del entorno social a los procesos de adicción a las drogas, en clave de género, explica por qué muchas mujeres optan por ocultar el problema, por no demandar ayuda, temerosas de ser estigmatizadas como adictas y sufrir la exclusión o rechazo de su pareja, familia y entorno próximo. No en vano, la identidad social femenina se construye sobre la afectividad y las relaciones con los demás, y la desconexión social es una experiencia especialmente traumática para ellas.
Bien es cierto que el significado y las percepciones de los consumos de drogas en función del género están muy condicionadas por el factor generacional. Si entre las personas adultas, en su mayoría educadas en un modelo tradicional de identidades y roles, el consumo de drogas por parte de las mujeres es percibido como un comportamiento reprobable, objeto de rechazo social, no ocurre lo mismo con las generaciones de adolescentes y jóvenes, educadas en valores que defienden la igualdad entre hombres y mujeres y que, consecuentemente, ven con normalidad el hecho de que compartan los mismos comportamientos y hábitos.
Así pues, existen dos lecturas diferenciadas que coexisten en nuestra sociedad en relación con el consumo de drogas por parte de las mujeres:
- La del rechazo cuando los consumos los realizan las mujeres adultas, por cuanto representan un claro desafío al rol tradicional femenino.
- La de su aceptación, más o menos tácita, cuando los consumos son realizados por las adolescentes y jóvenes, puesto que son percibidos como una expresión de una nueva cultura basada en la igualdad de género.