‘Chemsex’ al alza: la práctica sexual que eleva el riesgo de infección, adicciones y mala salud mental.
Se comparte, a continuación, un artículo publicado por Jessica Mouzo para el periódico El País en referencia a una práctica sexual recientemente conocida como «Chemsex» intimamente ligada al consumo de sustancias psicoactivas:
«Los expertos alertan de un auge del consumo problemático de drogas entre hombres que tienen sexo con otros hombres para mantener largas jornadas de sexo. Sanidad admite su “preocupación creciente” por esta práctica y los sanitarios urgen más recursos asistenciales para tratarlo»
«Basta una ojeada a una conocida app de contactos gay para ilustrar la dimensión del chemsex, un fenómeno casi exclusivo del colectivo de hombres que tienen sexo con otros hombres y que se caracteriza por el consumo intencionado de drogas para tener relaciones sexuales por un período largo de tiempo. En un solo vistazo a la app, decenas de usuarios toman partido en su perfil de la aplicación: “Cero drogas” o “No chems”, zanjan los más reticentes en las primeras líneas de su descripción personal; “Busco fiesta” o “De chill [como se conocen estas fiestas sexuales]”, invitan otros. Pocos se quedan al margen. A favor o en contra. El auge del chemsex obliga a posicionarse. De facto, se trata de una práctica minoritaria dentro del colectivo gay, pero está ganando terreno en la calle, advierten las voces consultadas. Los expertos alertan de un aumento del consumo problemático de sustancias en este contexto y avisan de los peligros de este fenómeno: el chemsex eleva el riesgo de infecciones de transmisión sexual (ITS), adicciones y mala salud mental. El Ministerio de Sanidad admite su “preocupación creciente” por esta práctica».
«Estas fiestas sexuales pueden durar horas, incluso días. En casas privadas o locales, como saunas o clubs de sexo, entre otros. La mayoría son en grupo, pero también se practica el chemsex entre tríos, parejas o en solitario viendo porno o por skype con alguien a distancia. Según el estudio Homosalud 2021, que encuestó a 2.843 personas del colectivo de gais, bisexuales y otros hombres que tienen sexo con hombres, la prevalencia del chemsex en España en este grupo de población es del 9,4% y los motivos de inicio son varios: desde aumentar la libido o desinhibirse sexualmente hasta potenciar el placer. Aunque los expertos matizan que no se puede desligar el fenómeno de la realidad de discriminación, acoso y estigma en la que ha vivido esta minoría en la sociedad patriarcal. Jorge García, de la unidad de ITS Drassanes de Barcelona, sintetiza: “El inicio suele ser explorativo, por interés y curiosidad, pero hay un trasfondo de haber vivido en una minoría y habernos desarrollado en una heteronormatividad que nos lleva a lidiar con una homofobia interiorizada«.«Javier Sotomayor se topó con el chemsex por casualidad hace seis años en Madrid. Ni sabía lo que era, admite. “Quedé con una persona y luego llegó más gente. Me preguntaron si me iba el slam [consumo de drogas inyectadas] y yo lo confundí con el sling [un columpio sexual] y dije que sí. Me prepararon una jeringuilla con metanfetamina y me la inyectaron. Me entró una paranoia y tuve un problema con una persona del grupo”, recuerda este chileno de 39 años afincado ahora en Barcelona. Allí, por practicar slamming, contrajo hepatitis C. Nunca tuvo un consumo problemático, pero ahí echó el freno. “Eso me hizo repensarlo todo. En ese momento, la sexualidad en Chile no se veía igual y yo estaba en una búsqueda de experimentar más placer. Pero el malestar físico y mental me llevó a tomar conciencia”, explica. Sotomayor sigue practicando el chemsex, pero ha dosificado el consumo de sustancias y los tiempos: “Lo hago en un estado recreativo, lúdico y teniendo en cuenta el riesgo. Espacio los tiempos de consumo y lo hago, como mucho, una vez al mes, con vías de consumo menos arriesgadas y más conciencia”, admite».
«La comunidad científica ha empezado a dimensionar el fenómeno, pero no hay cifras rotundas. De hecho, ni siquiera se ponen de acuerdo con la definición exacta de chemsex y los estudios disponibles, a menudo, no son comparables. Difieren, por ejemplo, sobre las drogas de consumo para considerarlo chemsex —en Reino Unido los clásicos eran la mefedrona, la metanfetamina y el GHB, pero en España también se consumen cocaína, popper o viagra, entre otras sustancias—. Homosalud cifra la prevalencia en el 9,4%, pero la encuesta europea sobre conductas sexuales dirigida a este mismo colectivo (EMIS 2017) señala que, en España, entre los hombres que habían tenido relaciones sexuales en el último año, el 14,1% había usado drogas estimulantes para que el sexo fuera más intenso o durara más tiempo en ese período y el 7,6% lo había hecho en el último mes. Hay, también, diferencias dentro del colectivo. La encuesta europea señala que el consumo de drogas con fines sexuales fue mayor en hombres con VIH, nacidos fuera de España, y en aquellos que vivían en ciudades de más de 500.000 habitantes. Pablo Ryan, miembro del Grupo de Estudio del Sida (Gesida) de la Sociedad Española de Infecciosas, constata, precisamente, una mayor prevalencia en las personas seropositivas: era del 29% en 2016 y del 25% en 2020, según un estudio. El hecho de tener VIH es un factor de vulnerabilidad ante el chemsex, concuerdan los especialistas, porque el miedo a la discriminación y a revelar su estado serológico propicia mayores dificultades en la gestión de su sexualidad. También ser migrante, la dismorfobia (obsesión por la vergüenza del cuerpo), la pobreza y la exclusión social son otros elementos de vulnerabilidad».
«Los expertos consultados ya han dado la voz de alarma y avisan de que el chemsex va en aumento, con prácticas cada vez más arriesgadas. El fenómeno se ha convertido, en palabras de Josep Mallolas, jefe de la Unidad de VIH-Sida del Clínic de Barcelona, en “la primera ficha de un dominó perverso que ponen en marcha muchos problemas psiquiátricos, sexuales, sociológicos y físicos”. Bcn Checkpoint, un centro comunitario en el centro de Barcelona, atiende a unas 200 personas al año con consumo problemático de chemsex en su servicio especializado y tienen lista de espera, señala el psicólogo de la entidad, Toni Gata: “Ha habido un aumento del consumo y a nivel clínico no tienen nada que ver con lo que nos llegaba en 2017. Antes los que practicaban slam eran el 1% de los usuarios de chemsex y ahora lo hace la mayoría. Ha habido diversas muertes por sobredosis en el colectivo y casos más agravados”. Coincide en el diagnóstico Luis Villegas, responsable de la entidad Stop Sida en Barcelona, que también dispone de un programa de ayuda al chemsex problemático: “El fenómeno se ha extendido y está más instalado. Los primeros años la población afectada eran trabajadores sexuales y ahora vemos personas no binarias, mujeres trans, personas migrantes… También hay más acercamiento a la práctica del slam”. García, por su parte, apunta que la pandemia avivó en la población la sintomatología de estrés y soledad —”conocidos desencadenantes del chemsex”, apostilla— y todo ello puede haber propiciado en este colectivo un incremento de estas prácticas. A más de 600 kilómetros de Barcelona, en Madrid, Pablo Ryan, de Gesida, dibuja una realidad similar: “Se está normalizando cada vez más, aunque el chemsex sigue siendo minoritario y más minoritario todavía es el consumo problemático. Pero sí nos llegan casos de ingresos en la UCI por mezclar GHB [un depresor sedante líquido] y alcohol, por ejemplo, y fallecimientos por sobredosis o suicidios asociados al consumo problemático”.
Problemas de salud
«El fenómeno del chemsex enciende varias alertas sanitarias. Para empezar, el riesgo de contraer ITS. Bajo los efectos de las drogas, se baja la percepción de peligro y las prácticas de riesgo (como el sexo sin preservativo) aumentan: un estudio de Barcelona Checkpoint, por ejemplo, constató que el riesgo de infección de VIH entre los hombres gais que practican chemsex es tres veces mayor. El uso de drogas inyectadas también eleva el riesgo de ITS. Un estudio de Gesida muestra que los usuarios que practicaban slam tenían más probabilidades de depresión, ansiedad y trastornos relacionados con las drogas que el resto de usuarios de chemsex. Y también tenían más síntomas psicopatológicos graves (paranoia, conductas suicidas), dependencia, abstinencia y fueron diagnosticados de más ITS y hepatitis C. Según Homosalud, el 38% de los usuarios de chemsex afirman haberse inyectado drogas en los últimos 12 meses».
«Roc (nombre ficticio) es graduado en Ciencias Políticas, tiene 29 años y empezó a coquetear con el chemsex hace seis años. En 2018, tras romper una relación compleja, pasó a practicarlo cada semana: “No tenía control externo alguno. Solo me frenaba un trabajo precario que me hacía infeliz. De viernes a domingo por la noche hacía lo que quería: empezaba el viernes por la mañana con las apps para buscar dónde ir y llegaba a casa el domingo para dormir algo e ir el lunes a trabajar”. Sabía que estaba “en la boca del lobo”, admite: “Tus amigos acaban siendo los que van de chill contigo, mi entorno anterior estaba desapareciendo, era arisco con mis padres… Fue una bola hasta que conocí a un chico que había estado en Stop Sida y me enseñó un cartelito con preguntas. La última era: ¿cuánto tiempo hacía que no tenía sexo sobrio? Y pensé: ‘no me acuerdo”.